Diario de una geóloga coja

Para cualquier geólogo el día de salida de campo es el mejor de la semana, y si hablamos de una semana completa… “¡Que guay!” ¡Pues para mi es algo así como la peor de las torturas! ¿Qué se supone que hice mal para merecer tal castigo? (Quizás el hecho de que soy geóloga sin vocación lo explica todo.) Calor, deshidratación, quemaduras, hambre, cansancio… eso si hablamos de los meses de “buen tiempo”. Pero en los meses fríos el aire te corta la respiración, sudas y no puedes desabrigarte porque te congelas, las manos te duelen, se te duermen los pies, te llueve, se te mojan los apuntes…lo único divertido es llenarte de barro. También es cierto que mis condiciones físicas no son especialmente buenas, pero vamos, que un hombre de 60 años aguante mejor el ritmo que yo… ¡frustrante!

La peor salida de todas fue en un lugar de Almería de cuyo nombre no quiero acordarme (cuenca de Sorbas). Teníamos campo de lunes a viernes en distintos puntos de la provincia. Del primero apenas me acuerdo, por lo que no sería muy desagradable pero llegó el martes, y con él el día que sería recordado como “el día en el que casi muero” o “el día en el que el cerro al que teníamos que subir cada vez quedaba más alto y más lejos”. Nuestro querido líder, Pepe, nos advirtió el día anterior que la salida que tocaba hoy seria dura. Nunca podría haber imaginado el nivel al que se refería. Nos soltó el autobús, ese autobús que no veríamos hasta bien entrada la tarde… y comenzamos a subir, sin prisa pero sin pausa. A medida que avanza la mañana la cosa se complica y el terreno se vuelve mas insoportable, los matojos de pinchos crecen y la gente que va en pantalón corto pierde trozos de piernas por segundo (bueno…quizás no tanto, pero sí que acabaron mal). Nuestro querido Pepe nos señalaba en la lejanía (y lejanía de las buenas) un cerrito que se intuía después de otros tres que estaban más cerca. Allí es donde pararíamos a comer… yupi. El camino es insoportable, el calor hace estragos y por mi parte la atención en las explicaciones es nula (si hasta tuvimos que trepar, ¡¡por Wulff!!).

La gente se empieza a agotar pero aun así sacan fuerzas de algún lugar del que yo no dispongo en mi cuerpo para continuar a un ritmo sobrenatural. Empiezo a quedarme atrás. La gente me pasa, es como una carrera de Fórmula 1 en la que Hamilton reinicia el coche y los demás lo saludan al pasar… Noto como mis pulmones se aceleran para intentar bombear el oxigeno que me empieza a faltar pero los idiotas no saben que así lo único que consiguen es empeorar la situación, por lo que empiezo a hiperventilar hasta que me tengo que sentar hasta poder controlar la respiración. Mientras me recupero veo subir dos bultitos ¡Qué sorpresa, no soy la ultima! Son el Heavy y el Ru-Ru. Al verlos siento algo de alivio. Se esperan a que me recupere y continuamos, pero ellos son mas rápidos (como no) y sigo quedándome atrás, esta vez sí que soy la última, pero el melenudo no quiere dejarme solita (cosa que le agradezco porque en el punto que nos encontramos es fácil perder el rastro del grupo). Cuando conseguimos hacer cumbre… se me cae el alma al suelo al ver donde se encuentran los demás. No solo hay que volver a bajar, sino que hay que subir, bajar y volver a subir. Ya está, no quiero andar más, que me manden un helicóptero porque no tengo fuerza mental y mucho menos física para llegar allí. Me derrumbo donde estoy y me niego a seguir, consigo convencer al greñudo para que continúe y allí me quedo. Cuando considero que tengo fuerza suficiente me incorporo y no sé muy bien porque (seria el delirio) pienso en Katniss (y pienso que soy una friki) y decido que no duraría ni tres minutos en la arena. Sigo la voz de Javi para guiarme, que sigue animándome y me espera antes de empezar a subir la cuesta que nos lleva al banquete (no el de Los juegos del hambre,  por suerte) donde todos están con sus bocadillos y sus bebidas mirando como soy incapaz de dar dos pasos sin pararme en mitad de la cuesta. Y de nuevo los pulmones me la juegan y vuelvo a no poder respirar, me trago el nudo que me está ahogando y llego arriba con lagrimas en los ojos y con ganas de tirar al pobre de Pepe por el barranco, aunque no serviría, seguro que saca los esquís de algún sitio y sale ileso. Pasa un rato hasta que consigo poder comer algo, pero apenas me como un par de bocados de mi odioso bocadillo. Cuando decido que estoy recuperada nos marchamos de nuevo (muy considerado por parte del profe, si hubiese sido otro me podría haber muerto y me hubiese puesto un negativo por ello…).

Llegados a este punto, después de haber subido tantísimos metros solo queda pensar que lo que queda es solo bajada…¡já!, el subir nunca acaba, aunque por suerte es más llevadera, y por si acaso, el profesor siempre me indica algún recorrido alternativo para que no me de otro ataque. Lo que podría subirse en 3 minutos en línea recta lo zigzagueamos tardando 10-15. Pero por suerte esta es la última subida del día (casi lloro de felicidad) El camino al autobús parece eterno (como casi siempre) pero se acabo la jornada de campo. Al llegar a nuestras pequeñas grandes casitas de alquiler lo único que me apetece es meter las piernas en remojo, ¿y que mejor que el agua helada de la playa para reactivar la circulación? El balance de ese día es…UNA Y NO MÁS. Pero…todavía quedan demasiadas…

Categorías: 2º Curso, Salidas de Campo, Sedimentología | Etiquetas: | 2 comentarios

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2 pensamientos en “Diario de una geóloga coja

  1. No diré más que esto, ¿Habéis subido la cuesta «Cretácica» de Sierra Gorda»? Porque esa es la bomba! jajaja

  2. ¡Si¡¡Y con Vera marcando el ritmo! Y como no, la geóloga coja marchaba la penúltima XD

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